Cartas de Indrani

Queridas amigas, queridos amigos,

¿Dónde reside la magia del paseo? El paseo es casi un estado de conciencia; un estado de conciencia expandida. Y te lleva a ese estado de conciencia. Quizá después de unas horas de estar sentada, tus piernas te digan: «¡Sal! ¡Muévenos!». Prestas atención a tus piernas y sales, y salgo.

En un primer momento, seguramente prevalezca la sensación física de la circulación sanguínea revivificando las piernas. Después, el alivio mental de dar un descanso al intelecto. Enseguida —en mi caso suele suceder al rebasar la iglesia—se entra en un estado de conciencia nuevo.

Rebaso la iglesia, entro en el camino. Los saúcos, las clemátides, los endrinos, barren de la mente todo cuanto la ocupaba en casa; la limpian y la preparan para una nueva percepción. Así llegan hasta mí los detalles del paisaje, los sonidos, los movimientos de los pequeños animales, los aromas.

Al pasar los primeros chopos, me detengo y miro hacia la montaña. El paisaje se abre. Tengo ante mí la extensión de los campos de cereal cosechados, al fondo las choperas, y por encima de ellas, la montaña, sus picos recortados contra el azul. La conciencia se expande. Se oyen los graznidos de los cuervos, que parecen llamar siempre desde la distancia. La sensación de lejanía, de amplitud, va ganándome. Una rapaz se mece muy alto en el cielo. La conciencia de espacio comienza a imponerse.

Miro al otro lado del camino. Me atrae el contraste de las rastrojeras amarillas intercaladas de franjas verdes de campos de alfalfa. Se levanta la brisa. Observo cómo mece las alfalfas; toda mi concentración está ahora en las plantas balanceándose. Después solo en el color. Inmediatamente solo en la sensación interior de absoluta tranquilidad, absoluto bienestar, absoluto ser.

¿Dónde reside la magia del paseo? Probablemente en que nos lleva a situarnos en la posición de observar. Todo pasa frente a nosotros. La brisa de la vida mueve las circunstancias, y los acontecimientos se balancean. Las situaciones van y vienen a un lado y otro, pero, como observadores, no vamos con ellas, permanecemos en nuestro centro. Observar nos da el distanciamiento necesario para no dejarnos arrastrar por nada externo. El distanciamiento nos lleva a entrar en nuestro interior. Nada nos afecta. Observar, distanciarnos, nos permite percibir la realidad de nuestra alma, la única realidad. Y comprendo que cuando la Física cuántica quiera describir la realidad, recurra al observador.

La brisa de la vida sopla fuera, sobre los campos de los acontecimientos, en nuestro interior reina la calma.

Desde la observadora alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira