Cartas de Indrani

Queridas amigas, queridos amigos,

Los débiles rayos del sol templan la cara en el momento de descender para ocultarse tras el tejado. En la huerta la brisa mece la última tibieza de la tarde de otoño. Algunas hojas van tiñéndose de amarillo en los frutales, mientras la chopera es ya una masa anaranjada.

Hace una semana, el sábado presentó un aspecto totalmente distinto. Viajé a Galicia y durante más de trescientos kilómetros una lluvia torrencial descargó sobre el coche. Al hacer un adelantamiento, el automóvil al que sobrepasaba se hundió en un gran charco, me encontré literalmente envuelta en una ola de agua, y durante unos segundos perdí totalmente la visibilidad; sujeté el volante y me dejé llevar.

Uno de los motivos de mi viaje era visitar a mi tía Celia cerca de Pontevedra. Sabía que sería una jornada de lluvia incesante, que conduciría durante kilómetros sin ver apenas otra cosa que agua cayendo a chorros por el parabrisas, pero no aun así, lo hice con gusto.

No hubo gran diferencia entre sentarme ayer en la huerta en el tibio atardecer o conducir el sábado pasado durante kilómetros bajo la lluvia. Además, cuando llegué a Doade, mi primer destino en Galicia —esa tarde me desplacé a Santiago— todavía pude disfrutar de un momento de sol después de comer.  Todavía pude dar un corto paseo bajo los robles y el vital olor de la tierra y los pastos tras la lluvia. Pero sé que, aunque la lluvia no hubiera cedido ni por instante, mi calma, mi disfrute del viaje no hubiera disminuido.

En El nuevo sendero, Swami Kriyananda cuenta una experiencia del desapego de Paramhansa Yogananda. El maestro había planeado viajar a la India y le había dicho a su discípulo que lo llevaría con él. Pasaba el tiempo y el viaje se posponía, hasta que finalmente, en Julio de 1950, Yogananda anunció que ese año no lo harían. Swami Kriyananda, ilusionado por conocer un país tan lleno de encanto para él, le preguntó si irían en otro momento. Para su sorpresa, Yogananda le respondió con indiferencia que eso estaba en manos de Dios. «No siento curiosidad por esas cosas», le dijo.

Una amiga que quiere empezar a meditar, me habla de la sensación de extrañeza que experimenta en determinados momentos. Por ejemplo en la montaña, cuando se alcanza cierta elevación y mira a su alrededor, le gana un sentimiento de irrealidad. Ese sentimiento le hace buscar la meditación: ¿por qué surge?, ¿qué existe tras él?

En el fondo de nosotros mismos existe el conocimiento de que cuanto nos rodea es pasajero, no tiene “peso” en sí mismo, no tiene “realidad”. Nuestra alma sabe que la esencia de nuestro Ser no se encuentra en el mundo exterior, en ningún país o lugar al que podamos viajar o en el que podamos “disfrutar”. Por eso, poco a poco, a medida que vamos tomando contacto con nuestra alma, la atracción de lo externo se diluye, y nuestro bienestar es el mismo en una tibia tarde de otoño que dentro de un coche en medio de una borrasca.

Desde el bienestar del alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira