Cartas de Indrani

Queridas amigas, queridos amigos,

Al finalizar el año, mi tía Celia dejó su cansada vestidura mortal —tenía noventa y ocho años— para continuar más ligera su camino hacia la Luz. Era la última persona que vivía en la casa familiar de mis abuelos y la mantenía abierta, así que su liberación ha supuesto para ella, para la familia, para mí, el fin de una etapa.

Una etapa se termina. En un primer momento se encoge el corazón, después llega la aceptación en calma.

Estoy en Doade, en la última visita que hice a Celia antes de que se despojara de su «pesado fardo de carne y huesos», como lo llama Yogananda. Después de comer sale un momento el sol y atravieso el robledal frente a la casa para dar un corto paseo. Sé que esta será una de las últimas ocasiones en que vendré a ver a mi tía su cuerpo manifiesta claramente que ya no se sostendrá mucho más tiempo. Un instante de angustia por ella, y por todos nosotros que crecimos a su lado e hicimos juntos un largo recorrido.

Después el bosque y los prados reclaman la atención. El jugoso verde de los pastos húmedos rezuma vida. Los robles elevan su reposo pardo hacia el cielo. ¿En qué se convertirán estos paseos a partir de ahora? Tras la liberación de Celia, ¿surgirá alguna posibilidad de continuar paseando por Doade? ¿La vida ajustará las piezas para que no desaparezcan los paseos?

Entre los robles se levanta una ligera brisa de nostalgia. Pero no quiero abandonarme en ella. No me detendré en el pasado o en las expectativas de que mis visitas a Doade estuvieran siempre conmigo. Aunque no hubiera pensado jamás en ello, deben llegar a un final. Y todo final tiene que dar a un comienzo.

En la cripta de la basílica de San Isidoro, en León, decorando un arco, aparece un calendario agrícola. El mes de enero se representa como una figura con dos caras mirando en sentido opuesto: con la mano derecha la figura cierra una puerta, con la mano izquierda abre otra.

¿Los pastos y los robles de Doade seguirán nutriendo mi alma? ¿Desaparecerán, quizá, de mi escenario? De nuevo me gana un pequeño temblor de «morriña», enseguida la calma. Que mantengan o no el sitio que han ocupado hasta ahora en el panorama de mi vida en realidad no tiene mayor importancia. La vida tomará la dirección que me permitirá continuar mi desarrollo. Si no es Doade, surgirá el lugar o la situación que lo sustituirán en ese cometido.

Enero cierra una puerta y abre otra. Nuestra vida se dirige a su plenitud, a colmar la aspiración de nuestras almas.

Desde la puerta que se abre al alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira