cartas de indrani

Queridas amigas, queridos amigos:

La ciudad está semidesierta aunque es solo media tarde. La amenaza de una pandemia ha extendido el silencio. La población se retira. Únicamente algunas jóvenes —extraño, pero son todas mujeres— se dirigen hacia sus lugares de reunión arregladas con esmero; sus largas melenas impecables y su atuendo elegido con cuidado subrayan el vacío. El sol casi primaveral templa la atmósfera, y en las calles, decoradas con los armoniosos edificios antiguos, se siente recogimiento.

Con el silencio, por la ciudad se ha extendido también la calma. En la plaza del Vizconde y en la del Santo Martino los pájaros tocan sus flautines llamando a la primavera, y la hacen ya presente. No sé por qué, en esta época del año sus trinos suenan más nítidos —¿quizá porque llevamos meses sin escucharlos?— y parecen resaltar la venida de las estaciones amables. Hoy, en el silencio y la calma, lo hacen de forma especial. Al pasar por el Jardín del Cid, solitario, con los rayos del sol dorado descendiendo sobre el césped, sus notas dan el tono alegre a la dulce sensación de volverse al interior.

Camino hacia la iglesia de Santa Marina. La imagino cerrada, pero no, está abierta. Entro para sentir todavía un poco más acentuadas la calma y el silencio. Me siento en un banco en el centro de la iglesia. A mi espalda el sol se filtra por los cristales de la puerta; frente a mí, el altar está en penumbra. No hay nadie en la iglesia y se experimenta un reposo perfecto. Cierro los ojos, ¡qué balsámica paz!

Han transcurrido quizá unos minutos desde que me senté. El reloj de pared, en la nave a mi derecha, da las seis de la tarde. Las seis campanadas suenan con la misma exacta limpidez que el reloj de la casa familiar en Doade, y se repiten como en aquel reloj —probablemente son relojes de la misma época, probablemente del mismo constructor. El amado sonido de la infancia y la juventud me llena de gozo. No solo me llena de gozo, sino que hace resonar en mí un gozo profundo, como si su cristalino tintineo resonara con las cuerdas del alma. De pronto siento en esas campanadas la esencia de mi vida, un destilado de mi vida completa.

Quienes han tenido experiencias cercanas a la muerte relatan que al dejar el cuerpo su vida pasa ante ellos, capítulo a capítulo, para hacer un repaso de lo vivido. Mientras experimento la dicha que me embarga en Santa Marina pienso en ese instante, me parece estar en ese instante, repasando mi vida, y comprendo que el resumen de la vida es esa dicha.

Siento que, para todos, la dicha es el centro de la existencia; las demás experiencias son únicamente un «relleno». En este «relleno» se participa en las situaciones que nos permiten dejar atrás lo inútil, lo superfluo, cuanto enmascara la dicha. En él se presentan las oportunidades de deshacernos de lo que pueda oscurecer la vibración de la dicha, apagar su sonido cristalino. Pero en realidad, ese puro, limpísimo sonido es lo único que tiene significado en nuestra vida.

Esta dulce serena tarde de recogimiento, estas dulces serenas tardes en que el pensamiento de la enfermedad nos ayude a retirarnos al interior, quizá sean el momento de descubrir en el silencio con qué vibración resuena nuestra vida, su única vibración con valor.

Entremos en el silencio para escuchar el purísimo sonido que emite nuestra alma.

Desde el silencio del alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira