Cartas de Indrani

Queridas amigas, queridos amigos:

Paramhansa Yogananda, el gran maestro indio, poseía un retiro en Encinitas, California, construido en un acantilado sobre el Pacífico. A consecuencia de una filtración de agua, el terreno bajo él comenzó a erosionarse y, una noche, el templo levantado en la propiedad —se llamaba el Templo del loto dorado— y parte de los hermosísimos jardines se deslizaron pendiente abajo hacia el mar.

Algunos años más tarde, un visitante comentó, afligido, a Yogananda: «¡Qué lástima que perdiera usted el Templo del loto dorado!». El maestro le respondió: «¡Fue lo mejor que pudo pasarme!». La pérdida de ese templo, centro de reunión de quienes seguían sus enseñanzas en la costa californiana, le llevó a buscar un lugar que lo sustituyera; así surgieron dos nuevos centros: uno en San Diego y otro en Hollywood.

Hace dos años, yo misma sufrí una pérdida profesional. El centro de enseñanza donde daba clase de yoga desde hacía más de una década decidió prescindir de mis servicios. No voy a entrar en los motivos —para mí y para todas mis alumnas y alumnos incomprensibles—, pero de pronto, al terminar el curso, el último día de clase y cuando ya me había despedido de mis alumnos hasta el curso próximo, me comunicaron que, a partir de ese momento, ya no contaban conmigo.

Me encontré así, a finales del mes de Junio, sin saber cómo iba a desenvolverme económicamente desde ese instante. Bien, entre varias posibilidades elegí la que, para mi familia y tantos amigos, era la más arriesgada: abrir un centro de yoga. Y ahora comprendo que la pérdida de mi puesto de trabajo fue un empuje para mí. Mi vida había entrado en un estado de bienestar en que se deslizaba día tras día sin esfuerzo. Las exigencias que se me imponían eran mínimas, y el «Universo» decidió que tenía que dar «un salto». En el nuevo centro comencé a impartir clase de meditación, algo que no estaba a mi alcance en el lugar de trabajo anterior, y poco a poco ha ido formándose allí un maravilloso grupo de personas que meditan dos veces por semana.

Este puede ser un periodo en que suframos pérdidas, o tengamos la sensación de pérdida: de nuestra seguridad, nuestra confianza, nuestro bienestar, nuestra salud, nuestra libertad… vivámoslo con la conciencia de que toda pérdida trae consigo una ganancia; quizá no a corto plazo, pero sí a la larga.

Y aunque podamos sufrir pérdidas exteriores, en realidad nada se pierde. Todo cuanto poseemos, las personas a quienes amamos, el planeta en que vivimos, se nos ha dado para que lo disfrutemos durante un tiempo; cuando el plazo se cumpla deberemos entregarlo a la fuente de donde procede. Nuestros mismos cuerpos se nos han dado para que los utilicemos durante un tiempo, para que nos sirvamos de ellos en nuestra evolución; tenemos que cuidarlos, pues son el «vehículo» que utiliza nuestra alma para transportarnos hacia la Luz, pero un día deberemos «cambiar» de vehículo; no nos apeguemos a ellos. No nos apeguemos a cuanto ha podido acompañarnos hasta ahora. Tenemos que seguir nuestro viaje a la Libertad definitiva. Y el «Universo» nos proporcionará las situaciones que hagan nuestro viaje más rápido.

No tengas miedo ante la idea de pérdida. La ganancia final te compensará de cualquier dolor que debas sufrir. Y entonces dirás con Yogananda: «¡Fue lo mejor que pudo pasarme!».

Desde el alma que todo lo posee,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira