Cartas de Indrani

Queridas almas:

Solsticio de verano. Los vencejos pasan veloces frente a la ventana, giran y giran lanzando sus chillidos vivaces. Los campos ya se segaron, desde aquí veo su extensión amarillenta recortada por los setos verdes. Se oye la voz de mi vecina hablando por teléfono en su jardín, ¡disfrutando de la cálida mañana!

El rápido vuelo de los vencejos, los prados segados, las voces de quienes hablan al aire libre… ¡Símbolos inequívocos del verano! ¡Promesas de un tiempo dulce!

En todos los sentidos, la escena que contemplo desde la ventana es perfecta. A la derecha, la línea rojiza de un tejado contra el cielo azul; a continuación, hacia la izquierda, el campanario de la iglesia marcado por la recta figura de un ciprés; después el amarillo; al fondo la colina verde, oscura, de nuevo sobre el puro azul. Y todo ello rociado por el suave calor del mediodía y la vivacidad de los vencejos.

Concentrándome en la escena, me doy cuenta de que estoy un poco fuera de ella; estoy «observándola». Extrañamente, la observo, como a una escena, desde una posición algo retirada y, al mismo tiempo, vivo en ella. ¿Vivo en ella? Quizá sería más adecuado decir que mi vida transcurre en ella.

Extrañamente… Cuando era niña, con frecuencia tenía esa sensación de extrañeza. Era una sensación tan fuerte, que me llevaba a llorar, inexplicablemente. Mis padres y mis hermanos quedaban confusos, ¿a qué se debían esos repentinos arranques de llanto, en medio de las situaciones más tranquilas?: «Pero… ¿por qué lloras?». No podían comprenderlo, ni yo sabía expresar el sentimiento que me dominaba y que ahora llamaría «extrañeza». ¿Por qué me sentía extraña? Estaba con mi familia, que me amaba profundamente y a la que yo amaba; estaba en mi casa, donde era feliz. ¿Entonces? Actualmente, mi explicación sería que mi memoria todavía conservaba fresco, sin saberlo, el recuerdo del mundo astral, de un mundo de luz y, frente a él, el mundo material chocaba con mi alma. El mundo en que se desenvolvía mi vida era ajeno al mundo de mi alma. Así que, ¿realmente estaba «en mi casa»?

Con el tiempo, la sensación de extrañeza fue haciéndose menos frecuente, aunque nunca desapareció por completo. Y ahora, cuando viene, ya no me produce melancolía; al contrario, me trae la certeza de pertenecer a «otro mundo», donde ya he estado, y el anhelo de regresar a él.

¿No tenéis también vosotros, de vez en cuando, la sensación de extrañeza?, ¿de no encontraros en el lugar al que pertenecéis? La escena puede estar tan llena de belleza y vida como la que se desarrolla frente a mi ventana en este solsticio de verano, con todas sus promesas de bonanza, y aun así… ¿No hay algo en vuestro interior diciéndoos que esta no es vuestra casa, que vuestro sitio no está aquí?

El alma se siente extraña en el mundo de la materia y desea fervientemente volver al lugar que le corresponde, a «su casa». Nada de lo que podamos obtener en este plano, nada de lo que podamos adquirir o vivir remediará esa extrañeza. Nada llenará esa especie de vacío que se siente tan claramente en la niñez y que nunca nos abandona, hasta que decidimos regresar al lugar donde nuestra alma puede vivir libre de toda forma, al solsticio de verano de nuestra alma.

Desde el solsticio de verano del alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira