Cartas de Indrani

Queridas almas:

Calima de una tarde de Julio en la plaza de la Azabachería de Santiago de Compostela. Bajando desde la plaza de Cervantes, la atmósfera es un velo evanescente; flota sobre la plaza y la diluye, hasta tal punto, que me detengo un instante desconcertada: ¿dónde me encuentro?, ¿es la plaza archiconocida? No, no es la plaza que esperaba. No deja de tener encanto, pero… estaba pensando en disfrutar de la escena que había adelantado el corazón.

Al día siguiente, en la atmósfera limpia de la mañana, bajando de nuevo desde la plaza de Cervantes, aparece Azabachería, aparece la plaza, la «auténtica» plaza. A derecha e izquierda las imponentes fachadas neoclásicas del seminario y la catedral; enfrente, la tapia blanquísima por la que asoma una tupida vegetación, con su verde resaltando sobre el blanco; el jardín geométrico multicolor delante del seminario; la escalinata que desciende el pasadizo en sombra hacia la plaza del Obradoiro. Todo ha recobrado su verdadera forma y dimensiones.

Si miro hacia la vida, como si mirara hacia la plaza, me parece que a medida que se avanza por ella van apareciendo estos velos, no siempre evanescentes, que desfiguran la realidad. A menudo, lejos de limitarse a diluir la realidad, nuestra vista tropieza con pesados cortinajes que la cargan o incluso llegan a ocultarla por completo. Cortinajes decorados, en ocasiones, como tapices barrocos, con recargadas convulsas escenas de las tragedias humanas: falsedades, engaños, enfermedad, celos, intrigas, injusticias…

Y si observo estos «cortinajes» comprendo que para cada uno de nosotros van presentándose aquellos que necesita «descorrer». En cada etapa de la vida se presentan los cortinones, más o menos tupidos, que es necesario retirar para pasar a la siguiente estancia, de la vida.

Si no te das cuenta de que se trata de cortinas, si no las interpretas como tales, te enredas en ellas y te debates para desembarazarte de su presa. Pero si te quedas un poco atrás, antes de meterte entre sus pliegues, podrás verlas como telones que te separan de tu meta. Tienes que apartarlos para seguir adelante. Presta atención, porque no debes caer entre sus dobleces, sino plegarlos.

Por lo que a mí se refiere, cada vez con mayor frecuencia, me gana la sensación de que van apareciendo uno tras los cortinajes que tengo que apartar para llegar hasta el alma. Como si el «Universo» fuera poniéndolos en mi camino para que los eche a un lado y lo despeje.

Sí, las cortinas, más o menos densas, aparecen una tras otra, pero, finalmente, llegará el momento en que ningún velo, ni siquiera una ingrávida calima de verano, impedirá contemplar la realidad última. Todos se habrán retirado, y el alma se presentará en su pura y nítida esencia.

Desde el alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira