Cartas de Indrani

Queridas almas:

En Septiembre el río Torío es una capa de agua verde que discurre lenta sobre un lecho intensamente verde de algas. Los juncos y las espadañas se acercan a mojar los pies en la orilla; sus esbeltas varas se reflejan en el agua y dibujan delicadas líneas sobre el espejo verde. Los corpulentos alisos, los fresnos y los chopos miran desde atrás, aquí y allá cabecean sobre el agua y la decoran también con sus ramas. Desde la barandilla por encima del cauce pueden verse los peces que pasan serpenteando por el fondo.

En algún remanso y en alguna poza la capa de agua se espesa. Un grupo de adolescentes lo aprovecha para darse un baño. Los oigo reírse unos metros río arriba; sus risas estallan como si fueran propulsadas por la boca. Qué alegría produce escucharlos: sus voces animándose unos a otros a meterse en el agua, sus chapoteos que baten contra la superficie, sus gritos cargados de vivacidad. Me hacen pensar en mis baños, más o menos a su edad, en otro río muy querido, el río Doade. Y la alegría presente reaviva la alegría pasada. Oyendo a estos chicos renuevo la alegría de aquellas tardes de baño en las aguas heladas y cristalinas. No me río a carcajadas, como hacen ellos, pero sí disfruto con delicia del agua purísima que dejaba ver un fondo muy distinto, un fondo de rocas pulidas y limpias, y unas orillas donde crecían los robles y los tojos.

Me siento dichosa de haber tenido aquellos momentos de júbilo, y me gusta recordarlos; me gusta, además, poder traerlos a la memoria sin añoranza. De todas formas, la alegría que siento ahora, en la madurez, me produce sensaciones mucho más profundas que aquel júbilo que, como si brotara de un manantial, borboteaba y corría, pero desaparecía tal como brotaba. Sí, me ha dejado el recuerdo de la alegría, que no desprecio, pero, ¿cinceló en algo mi carácter? ¿Mis actitudes o mi punto de vista sobre la vida se forjaron, en algún grado, durante aquellos estupendos baños?

Quizá sí, probablemente todo cuanto vivimos nos modela. Es posible que la alegría de la infancia y la juventud no tengan solo un papel beneficioso en aquellos años, sino que nos preparen también para comprender la alegría y recibirla cuando llegue a las capas interiores de nuestro ser. Porque más allá de la alegría juvenil, de la alegría burbujeante, existe una alegría serena, callada: la dicha del alma. Esta dicha no guarda relación con los acontecimientos externos; no procede de un baño en el río o de compartir la tarde con los amigos, ni de cómo se desenvuelva la vida exterior.

Trae a la memoria un momento de gran felicidad consecuencia de una situación exterior, quizá relacionada con tus hijos, tu pareja, tu trabajo... Fíjate en esa felicidad, analízala si quieres; te darás cuenta de que es como un fuego de artificio, más o menos luminoso, más o menos colorista, pero perecedero. No es así la dicha del alma. La dicha del alma mana sin alboroto y sin gestos, nos llena desde dentro, y no se extingue cuando la felicidad «externa» se agota.

Desde el manantial del alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira