Cartas de Indrani

Queridas almas:

Santa María del Sar: una de mis amadas visitas en Santiago de Compostela. Descendiendo desde lo alto de la ciudad hacia la iglesia, mi hermano Jose y yo vamos saboreando ya su paz. La misma caminata hasta allí forma parte de la experiencia de paz que viviremos, como una pequeñísima peregrinación que hace nuestra alma.

Al atravesar lo que habrá sido el portalón del monasterio, la paz comienza a poder «tocarse», la belleza sencilla del románico la enaltece. A pesar de ser una belleza sencilla —o por ser una belleza sencilla— nos encanta con su versatilidad y, sobre todo, porque aviva en nosotros la sensación de lo perdurable. Delante del edificio, nos impregnamos un momento de esas sensaciones de creatividad simple y duradera, de algo que no pasa. Y, al entrar, nos vemos sobrecogidos —como nos sucede una y otra vez— por su belleza y su paz. Por mucho que vayamos preparados para gustarlas, siempre sobrepasan nuestras esperanzas.

Esta tarde, la puerta del claustro está abierta; nunca la había encontrado abierta hasta ahora, así que doy un respingo señalándosela a mi hermano. Él, viviendo en Santiago, conoce el claustro bien. Atravesamos la pequeña puerta, que no hace pensar en lo que se encuentra al otro lado, y entonces nos embarga la expresión concentrada de la paz. Caminamos despacio bajo las arcadas, pasamos al humilde jardín central, absorbemos la paz. Mi hermano reflexiona: «No es raro que en la Edad Media la gente quisiera vivir en los monasterios, era una forma de huir del estado de guerra perenne de la época. Qué contraste entre la paz de este lugar, poder estudiar, leer, pasear por el claustro, y las luchas y penurias del exterior».

Aunque no vivimos en la Edad Media, la Edad Oscura, todavía padecemos una gran confusión y bastante oscuridad. Ya no sufrimos las continuas y crueles luchas físicas por la posesión de las tierras, disfrutamos de más luz, pero cuánta turbidez nos rodea aún. Los claustros siguen siendo lugares de solaz para nosotros. Lugares en que el profundo silencio nos lleva a percibir las cualidades del alma.

El alma anhela la paz; mejor, el alma «es» paz. Actualmente ya no es necesario encerrarse en un convento para gustar esa cualidad de nuestra alma. Del mismo modo que no participamos en las cruentas guerras físicas de la Edad Media, no necesitamos un lugar «físico» para ponernos en contacto con la paz. Para nosotros, el claustro se ha convertido en no involucrarse en la convulsión exterior, no involucrarse en las pérdidas y las ganancias o en el deseo de poseer. Actualmente nuestro claustro es interior, y la forma más «sólida» de construirlo es meditar, diariamente, regularmente.

Entremos en nuestro claustro para fundirnos en la paz de nuestra alma.

Desde el claustro del alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira