Cartas de Indrani

Queridas almas:

Ha amanecido un día de niebla. ¡Vaya! Una primera reacción de desilusión. La noche había quedado tan serena… Una suavísima gasa la envolvía dulcificando la forma redondeada y luminosa de la luna y el alto fondo negro.

Pero la felicidad es una elección, así que elijo ser feliz ante esta mañana de niebla. Y esto me hace recordar a una querida amiga que hace años tomó la decisión de «pasárselo bomba» —esta es su expresión— en todo momento. Bien, elijo ser feliz. Creo una sonrisa en mi corazón y, de inmediato, la perspectiva cambia, no exteriormente, pero sí en mi interior. Me siento bien, me siento alegre.

Abro la ventana hacia los campos un poco velados por la niebla. Respiro profundamente, huele a mar. ¿Cómo puede oler a mar aquí, en la Meseta? Pues sí, es el olor que me inundaba al salir al balcón de la sala en La Coruña, que se abría sobre el puerto. El olor que respiraba con deleite por ser el olor de las vacaciones, tan distinto al del curso escolar, al de la vida cotidiana; pero, sobre todo, porque traía consigo un mundo más extenso y la amplitud del mar en que la mirada podía dirigirse a lo lejos sin encontrar ningún límite.

¿De dónde procede hoy el olor a mar, a tantos kilómetros de la costa? Quizá es sencillamente olor a humedad que yo transformo gracias a un proceso de alquimia mental. Sea como sea, qué bienestar me procura.

Mientras escribo vuelvo a abrir la ventana para disfrutar de nuevo el olor de las algas y el salitre. Se ha desvanecido. Efectivamente debió surgir de alguna asociación de sensaciones, y dentro de mí surge una carcajada dirigida a esta jugada de la mente. Pero, aunque el olor haya desaparecido, mi elección de ser feliz y sus consecuencias no, se mantienen intactas; están en mi mano.

Esta es la técnica que he comenzado a utilizar recientemente para poner la felicidad de mi parte. Ante cualquier situación que pueda tener capacidad para producirme dolor, tristeza, pesadumbre, como pudiera ser la niebla de esta mañana… creo una sonrisa en mi corazón. A veces la creo literalmente, como si dibujara una sonrisa que va haciéndose cada vez más abierta. En general no lo hago de forma tan literal, lo que creo es la sensación de la sonrisa en el centro del pecho. Dejo que esta sensación se expanda: que llene el pecho; que desborde del pecho a la cabeza, a la cara —siento cómo la boca sonríe—, a todo el cuerpo; que se difunda por todo mi ser. La felicidad va expandiéndose con la sonrisa hasta convertirse en mi estado.

La aplico a situaciones simples, como la niebla, pero también a las cuestiones más profundas o más graves. Y frente a cualquier circunstancia, soy la dueña de mi felicidad.

Qué descanso y qué liberación tener la felicidad a nuestra disposición, en nuestra mano. Saber que está siempre preparada para colmarnos y es inagotable.

Desde la felicidad inagotable del alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira