Cartas de Indrani

Queridas almas:

Cuando Alejandro Magno llegó a La India, impresionado por la cultura y el conocimiento de aquel país, quiso adquirir ese conocimiento, e intentó que un gran sabio, Damdamis, fuera su preceptor. Para traerlo hasta él envió a un mensajero, Onesikritos, a decirle que, si acudía a Alejandro, este le colmaría de regalos, pero si se negaba ¡le cortaría la cabeza! Damdamis no accedió a la petición del conquistador, y además explicó que, aunque Alejandro le cortara la cabeza, no podría destruir su alma. Solo su cabeza, muda entonces, quedaría separada del cuerpo, abandonado en la tierra como una vestidura desgastada e inútil.

Siempre que leo este relato, recogido por Yogananda en la Autobiografía de un yogui, me conmueve. Me emocionan la humildad, la ecuanimidad y la actitud inquebrantable de Damdamis frente al poderoso Alejandro. Damdamis dio a Alejandro la mayor lección que este recibiría en su vida, pero también marcó una dirección para todos los seres humanos.

Quizá nuestra época sea un momento especialmente propicio para recordar la lección de Damdamis. En primer lugar, para no permitir que el miedo a perder el cuerpo nos paralice, nos enferme o nos lleve a cerrarnos a los demás. Nuestro cuerpo puede perecer y quedar como una vestidura ya inútil sobre la tierra, pero lo que nosotros somos, el ser supremo que reviste esa vestidura, jamás perecerá.

El Bhagavad Gita nos enseña poéticamente que al alma ningún arma puede herirla, ni el fuego quemarla, ni el agua mojarla, ni el viento secarla. El alma es inmutable, omnipresente, siempre serena, inmóvil y eternamente la misma. ¿Qué podemos temer?

La segunda razón por la que la historia de Damdamis me conmueve y me parece una lección digna de recordar es por su capacidad para seguir la verdad aun en las más difíciles circunstancias. Su actitud imperturbable, ateniéndose a la verdad incluso ante la amenaza de muerte, es un modelo para nosotros. Es cierto que, cuando se ha alcanzado la talla espiritual de Damdamis, renunciar al cuerpo debe suponer poca cosa, pero para nosotros, que anhelamos la perfección, señala el camino.

En la carta anterior hablaba de dónde buscar la verdad en medio de la convulsión y la falta de claridad que nos rodean. Lo cierto es que, en aquel día de niebla, los contornos del bosque y del paisaje más amplio aparecían velados, pero el trazado del camino, no. Al contrario, en medio de una atmósfera difusa, estaba delineado con extraordinaria claridad. La humedad de la niebla empapaba la tierra, y hacía resaltar su color castaño sobre los bordes difusos. Así sucede también con la verdad. Todos, en nuestro ser profundo, intuimos o «conocemos» el camino que conduce a ella, aunque quizá nos falte el valor para recorrerlo.

Seguramente todos sabemos que llegar a la verdad requiere anteponer las necesidades de los demás a las nuestras, prestar ayuda práctica a quien la necesite, dar sin mirar cuánto se está dando, arriesgarse por los demás, mantenerse firme en las propias convicciones, aceptar la verdad proceda de donde proceda, tener un corazón valiente…

Bien, todas estas cualidades pueden adquirirse si no se poseen, desarrollarse si ya están en nosotros y, siempre, llevarse a la perfección. ¿Qué puede detenernos?

Desde la valerosa alma,

Indrani

«Cartas desde el camino. Pasos de una discípula de Yogananda» de Indrani Cerdeira