Entrada a la quietud

Queridas almas:

Un brillante sol resplandece en el ánimo de todos. Qué dulzura dejar que la mirada recorra los campos verdes hasta la arboleda, vuelva un poco atrás y se detenga en la blancura de un pruno en flor alrededor del que brilla la piel anaranjada del rebaño de vacas; después, de un salto, regrese al primer plano y se deleite en las hojitas del saúco que comienzan a desarrugarse.

De pronto, el resplandor es sacudido por un viento helado. Por un instante el paisaje desaparece y el corazón se encoge: solo existe el frío que penetra a través del abrigo y el jersey de lana. Cuando me repongo de este primer choque con el invierno, que sigue sin dejarnos, regresan los prados, el naranja, la arboleda… pero el frío predomina. Hay que aceptarlo. Lo hago y me detengo a contemplar el contraste entre las inflorescencias granates y verdes de los chopos. Y, repentinamente, regresa el resplandor; no del sol, sino de los trinos del petirrojo, el colirrojo, el mirlo.

Existe el blanco perfecto del pruno y el viento invernal; a la suavidad de la Naturaleza que comienza a desplegar su color, sucede la dureza del frío; la dulce sensación del sol irradiando vida se alterna con la atmósfera cortante. Vienen de la mano. No pueden presentarse unas sin las otras.

Sin duda desearíamos que la primavera fuera únicamente un regalo de belleza y de luz; pero la primavera es contraste. La alternancia de lluvia y sol, de calidez y frío intenso son su esencia. Nuestra vida en esta Tierra se basa en ese mismo contraste. Se rige por la ley de la alternancia de opuestos. Es absurdo esperar que en nuestra vida se manifieste solo el brillo, lo feliz, lo blando. Es tan absurdo como pretender que se anule la ley de la gravedad. La vida en la Tierra está sujeta a ciertas leyes: la gravedad y la dualidad son dos de sus imperativos.

Pero, ¿y si pudiéramos trascender estos «imperativos»? Si, en medio del oleaje que pueda estar zarandeando tu vida, te detienes y tienes la fortaleza suficiente para mirar de frente la circunstancia que lo crea, percibirás que, tras la expresión más superficial de agitación existe un punto de quietud. Si continúas observando y eres capaz de profundizar en ese punto, verás que se ensancha; la quietud se extiende ligeramente. Si continúas entrando en ella sin dejarte arrastrar por los remolinos que crea el oleaje, la quietud gana terreno y desde su centro se expande cada vez más.

Sat, la Conciencia Cósmica, es quietud. De esta conciencia emana la vibración que da vida a todo en la Creación. En el centro de cada átomo y partícula subatómica existe quietud. En el centro de todo remolino existe un punto estable. La dualidad rige los fenómenos terrestres, incluyendo el desenvolvimiento exterior de nuestra vida. Pero la quietud está en el origen de la dualidad. Por encima de la ley de la dualidad rige la quietud absoluta. Sí, la quietud es un absoluto, la dualidad solo relativa.

Desde la quietud del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»