Cartas de Indrani

Queridas almas:

El aire caliente quita el brillo de los chopos plateados y calcina los últimos restos de verdor. Ha absorbido el agua de los campos hasta la saciedad. El rio es ahora una lámina de agua densa, casi estancada y cargada de algas. En el centro del cauce un banco de peces, de alevines, se mantiene inmóvil; esperan que llegue el momento de regresar a la vida. El camino aparece desierto.

Como sabéis, en las Escrituras espirituales el «desierto» simboliza el sendero interior; simboliza un camino de purificación, el recorrido que tenemos que seguir, a través de las pruebas y las vicisitudes de la vida, hasta alcanzar la perfección que nos hará libres.

Hoy, el camino del Rio Torío se presenta también como un recorrido de prueba. El sol requema la vegetación de las orillas y, al mirar hacia el norte, una extensión de tierra agostada llega hasta las choperas, que ocultan la vista de la montaña. Este es el estío. El momento de mayor aridez en lo exterior. Interiormente nos lleva también al pensamiento de la aridez cuando tomamos la decisión de transformarnos. Vencer nuestras debilidades, derrotar a nuestras «mezquindades del corazón», como las llamaba Swami Sri Yukteswar, es una tarea ardua. Es un sendero a través de tierras sin agua.

Una golondrina atraviesa el sendero; su vuelo ágil, su figura familiar nos hace respirar y sonreír. Siguiéndola, entramos en el recodo más sombreado del camino; sopla una brisa fresca, tan contrastante con el aire reseco de hace un solo un instante... Unos pasos más allá, el canal cubierto de vegetación: arroyuelas, juncos, espadañas… No todo es sequedad. Y, en cualquier caso, aun teniendo que enfrentarnos a la aridez, intuimos que merece la pena. Interiormente, algo nos dice que el esfuerzo de derrotar a nuestros enemigos interiores, por exigente que sea, merece la pena.

Por un resquicio entre los altos chopos del fondo aparece, también hoy, el pico Polvorosa. Como una meta hacia la que mirar. Como una promesa de ascensión, de liberación. No importa la aspereza del terreno que se vislumbra hasta ella. No importa lo áspero del terreno que tengamos que recorrer, ni la lentitud del ascenso. Ni siquiera debe atemorizarnos la posibilidad de retroceder. Toda dificultad y todo retroceso serán temporales. El pico de la montaña es imperecedero. Nos espera al final de la escena, aunque hoy en la escena predomine la sequía.

Desde el alma sin estío,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»