Cartas de Indrani

Imagen de Manfred Richter en Pixabay 

Queridas almas:

Los dulces días templados del otoño han llenado de vida los rosales que enmarcan la puerta del jardín y los han hecho florecer. Su finísima fragancia impregna la atmósfera a su alrededor. Sus delicados capullos rosas, casi blancos, expresan la ligereza, la belleza, la elegancia. Así que, al traspasar la puerta para salir al jardín, se traspasa el umbral a una conciencia de delicadeza y refinamiento. Quizá te diriges hacia la huerta pensando en alguna hortaliza que quieres recoger, pero al acercarte a los rosales su aroma te lleva de inmediato a otro plano; lo que estuviera mascullando tu mente desaparece y una nueva conciencia ocupa su lugar.

El plano al que te transportan los rosales me hace sentir cómo puede ser el mundo astral; el mundo que está más allá de la materia y contiene el proyecto de este mundo físico. El aroma, la gentil forma de los capullos abriéndose son «testigos» de una realidad de pureza, de elevación. Y, como si se hubieran encargado de hacértela experimentar, cada vez que pasas junto a ellos te envuelven en su nube de sutileza y te depositan blandamente en ella.

En estos días, entonces, salir a la huerta es experimentar un mundo donde reina la ingravidez; donde la vida es movida por la nobleza, por la delicia; donde el peso, lo burdo, han sido desechados.

La realidad que expresan tan gentilmente los rosales está siempre con nosotros. Simultáneamente al mundo material, se desenvuelve este mundo de refinamiento. Piensa por un momento, ¿qué te lleva a ti a ese plano, a esa realidad? ¿Qué te permite dar el salto a ese plano sutil?

La realidad que expresan tan dulcemente los rosales no solo está siempre con nosotros. Nosotros podemos vivir en esa realidad tanto como deseemos. Tenemos el poder de crear un mundo de bellísimas formas y delicadas fragancias. En nuestro interior ya existe ese mundo. Esas formas y fragancias acompañan a las cualidades de nuestra alma. Y cada vez que alimentamos una de dichas cualidades, damos un paso hacia el mundo astral —o en el mundo astral—. Cada vez que evitamos juzgar a otras personas o a las circunstancias, cada vez que rechazamos desvirtuar la verdad, cada vez que expresamos amabilidad o reconocimiento hacia los demás, cada vez que ofrecemos una sonrisa o una mano… pasamos al plano de la nobleza. Cada vez que dejamos a un lado la necesidad de defendernos, cada vez que rehusamos litigar por nuestra opinión o nuestras razones, cada vez que no nos justificamos, cada vez que permitimos decir la última palabra a los demás… cultivamos la tierra astral. Cada vez que nos reímos de las calamidades, mantenemos la serenidad ante los contratiempos, permanecemos imperturbables «en medio de mundos que se derrumban» —como decía Paramhansa Yogananda— acrecentamos nuestra capacidad para percibir el refinado mundo que late junto a nosotros, incluso mientras seguimos en este mundo más burdo y material.

Desde la realidad del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»