Cartas de Indrani

Queridas almas:

Al adentrarse el otoño, la luz del sol nos llega tan debilitada que podría pensarse que la radiante luz de la primavera, la luz intensa del verano, se apagan. Podría pensarse que la Naturaleza se apaga. Los verdes, los rojos, los rosas y los blancos; los cantos ininterrumpidos de los pajarillos; el movimiento en los cultivos; los paseantes del camino languidecen. El reposo va imponiéndose. Nos acercamos al cénit de la quietud. Podría pensarse que nos acercamos al retirarse completo de la vida.

Los cultivos se han arado, y los campos aparecen ahora como extensiones de tierra negra bordeada de árboles y arbustos deshojados. No obstante, en la chopera, en lo más alto de las copas, todavía persisten algunas hojas amarillas. Se levanta brisa y, al sol ya denso de la tarde, las hojas titilan de luz dorada y de un repiqueteo seco, pero cantarín, y llenan de dicha el corazón.

Me detengo a disfrutar del sol dorado y la llamada entusiasta de las hojas. Se diría que este es su objetivo, compartir alegres la belleza de este final de la tarde de otoño, ¿de este final de la vida en la ribera? En un primer momento podría creer que sí, que contemplo el final de la vida en la ribera; la vida que nos abandona hasta la primavera próxima; pero, al detenerme, me doy cuenta de que, en lo que fue durante la última primavera un brillante trigal que engrosó y maduró durante el verano, el suelo negro está cubierto de puntas de hojas verdes. La vegetación comienza a asomar en el campo recién arado. Las hojitas puntiagudas y llenas de energía afloran cuando el campo apenas quedó barrido de vida y el paisaje se desnuda.

La vida en las orillas del Torío no se apaga. Todo continúa, los ciclos de la Naturaleza siguen; nada se para. No, nada se ha parado. Los pajarillos, aunque han disminuido en número, se lanzan veloces desde las ramas secas o suben a ellas ágilmente desde el suelo; sus cantos agudos recorren el paisaje. El cauce del río comienza a llenarse; el agua pasa rápida, más rápida que en las últimas semanas. Nada se detiene. En la Naturaleza no hay un principio y un fin; los ciclos se enlazan, la sucesión es continua.

También nuestra vida es un continuo. No hay un comenzar y un terminarse. Hay evolución. Pasamos de un ciclo a otro y podríamos pensar que llega un momento en que la vida se apaga. No, nunca se apaga. Los ciclos se enlazan. Aunque desde nuestra posición en el mundo podamos perder de vista el sentido cíclico, la sucesión no se rompe; cada ciclo se une al siguiente en un gran ciclo único que nos acerca a la perfección; es un continuo de perfeccionamiento hasta alcanzar la dicha siempre nueva.

Desde el continuo del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»