Cartas de Indrani

Queridas almas:

Estamos —aquí, en el Hemisferio Norte— en el último tramo del otoño antes de disolverse en el invierno. La vegetación ha dejado caer su exuberancia, sus bellos atuendos veraniegos, sus dorados otoñales, y se muestra en esqueleto. La vida ha abandonado la variedad de ropajes multicolores con que se revistió desde la primavera. Ahora viste el parco hábito pardo de la austeridad. La energía vital, desplegada con tanto entusiasmo durante meses, decide retirarse.

Quizá hayáis experimentado, tras una época de intensa utilización de la energía, cómo, de pronto, esta parece apartarse de los proyectos que nos han tenido tan atareados. En un instante, después de una explosión continua, la energía se retira y deja a un lado cuanto nos ocupaba tan absortamente. A nuestro alrededor, y dentro de nosotros, se hace el reposo. Entramos en un espacio amplio, de calma, desde donde todo se observa en la distancia.

Es un estado similar al que se experimenta a veces tras un profundo dolor; por ejemplo tras la pérdida de un ser querido. Hay un momento en que, casi de improviso, el dolor da paso al silencio y la paz, y el mundo exterior deja de tener peso. Entonces todo movimiento cesa, desaparecen los estímulos, todo pasa a carecer de importancia.  Es un estado similar también al que se alcanza con la meditación, cuando el espacio parece abrirse, ensancharse, y todo se aleja; quizá podría calificarse como la entrada en el «vacío».

¿Queréis creer que mientras escribía sobre ese «espacio de ingravidez» ha comenzado a nevar, también ingrávidamente? No he podido evitar que la nieve me haya atraído a la ventana. Viendo la nieve desprenderse, la sensación de quietud y distanciamiento se ha teñido de alegría. Me he sentido sonriendo feliz. Y me he dado cuenta de que el desprenderse y la quietud son estados de preparación.

Ahora ha dejado de nevar, el sol se difunde en un cielo grisáceo, por momentos azul; se refleja esplendoroso sobre la nieve. La alegría que siguió al reposo se transforma en dicha. La luz es tan intensa que me obliga a entrecerrar los ojos para disfrutar del paisaje blanco, brillante y, al hacerlo, de nuevo es como si observara las ramas de los árboles cargadas de algodón, la capa purísima del césped, desde el interior, de nuevo con distanciamiento. El paisaje radiante, inmaculado y silencioso, la quietud, conducen a la Dicha. Dicha intensa, intensa Luz.

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»