Cartas de Indrani

Queridas almas:

El río Torío corre ágilmente hacia su desembocadura. El día estuvo templado, en la montaña se habrá fundido algo de nieve, el cauce está lleno casi hasta el borde y el agua pasa rápida, sin detenerse. Al final de la tarde el sol dora los troncos y las ramas de los árboles y los arbustos deshojados. Mirando hacia el Norte, el paisaje rebosa tranquilidad. En primer plano los trigales que empiezan a apuntar verdes brillantes; después el dorado en los setos y en el bosque de ribera, en las choperas, donde el dorado va tornasolando a rojo; al fondo la montaña, los picos recortados por la nieve blanca.

Si se mira hacia arriba, el cielo es de un puro azul y la luna creciente aparece como una semiesfera algodonosa en el cielo todavía iluminado por el sol. Sobre la tierra, que recibe ahora los rayos del sol casi paralelos al suelo, cruzan algunas aves oscuras; su alto vuelo, su silencio recalcan la serenidad de la tarde.

Todo está en calma. En los campos, en el cielo, en el río que pasa, se percibe un orden tranquilo. Todo parece ocupar su lugar, desplazarse o permanecer inmóvil según un plan sencillo, donde todo se engrana.

¿Cuál es la posición del ser humano dentro de este orden? Parece como si dentro de una creación en calma, el ser humano ocupara un plano donde rige la agitación. La mente y el corazón humanos difícilmente encuentran la calma. A la mente parecen gustarle especialmente las junglas, los laberintos, las complicaciones.

Hace unos días estaba con una querida amiga planeando la decoración de nuestro templo para Navidad. ¿Qué día podría ser? La tarde del jueves quizá fuera el momento más adecuado; pero primero había clase de yoga, el templo estaría ocupado, y después se reunía el grupo de meditación; un poco difícil encontrar espacio para decorar. Entonces ella dijo tranquilamente: «¿Por qué no lo decoramos todos juntos a la hora de la meditación?». ¡Claro! Era la solución, no solo lógica, sino la más sencilla. Pero yo estaba dando vueltas alrededor de ella enrevesándome con las horas, los días, las guirnaldas navideñas.

Unos días antes, con otra querida amiga, trabajábamos en un curso sobre yoga. Se trataba de ver qué recursos poníamos en la página web a disposición de los estudiantes del curso. Yo estaba pensando en trabajar sobre cierta información que teníamos, que era bastante, y dividirla en secciones para que los estudiantes fueran a través de ella paso a paso. Mi amiga me dijo: «¡Háztelo fácil!».

Háztelo fácil. Esa simple frase cambió totalmente mi planteamiento con respecto al curso. Pero también me hizo pensar qué repercusión podría tener a nivel más amplio.

A veces creemos que debemos soportar más peso del que nos corresponde, y nos cargamos en exceso. A veces nos adentramos en espacios intrincados que no tienen salida. A veces la mente y el corazón se internan en laberintos que terminan confundiéndolas, o se enredan en toda clase de redes imaginarias que las agotan.

Tratando de sentir las implicaciones de «Háztelo fácil», comprendí que, en última instancia, hacérnoslo fácil significa seguir el único camino que merece la pena seguir. Como dice Paramhansa Yogananda, significa encontrar y seguir el único camino verdadero, sin desviaciones ni retrasos innecesarios. El camino de nuestra columna, el camino de la intuición que conduce a la Auto-Realización del Ser.

Háztelo fácil. Deja a un lado las sendas intrincadas de tu mente y tu corazón; no pierdas el tiempo ni la paz interior caminando por ellas. Pon toda tu energía en seguir el camino que conduce a los cielos de la libertad.

Desde la facilidad del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»