Si padres e hijos recordaran que su relación no es accidental, sino debida a un plan divino, por medio de su mutua amabilidad expandirían el amor de sus corazones durante este periodo de entrenamiento en la tierra. La estima mutua es el altar donde se manifiesta el amor de Dios.

Paramhansa Yogananda «Cómo amar y ser amado»
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Muchos de los fracasos que podemos sufrir en nuestra vida, por ejemplo al intentar dominar un nuevo idioma, llevarse bien con los demás o hacer bien las cosas, se deben simplemente al pensamiento de que aquello que deseamos conseguir nos es ajeno. Del mismo modo, muchos de nuestros éxitos son el resultado de aceptar totalmente lo nuevo como nuestro.

Swami Kriyananda «Afirmaciones para la autocuración»

Para encontrar la paz interior practica el autocontrol; no disperses tu energía, cógela de las riendas y condúcela provechosamente.

Swami Kriyananda «Secretos de la paz interior»

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El secreto del bienestar es ser más consciente de los colores como canales de energía. Rodéate de colores alegres y armoniosos; inspíralos mentalmente. Evita los colores oscuros, sucios o depresivos. Selecciona los alimentos por su diversidad de color. La variedad te ayudará a conseguir una dieta equilibrada.

Swami Kriyananda «Secretos del bienestar»

«No tengáis en cuenta vuestros defectos —nos dijo [Yogananda] una vez—. Preocupaos sólo de amar suficientemente a Dios. —Añadió—: Y no habléis de vuestros defectos a los demás, para evitar que algún día, en un arranque de ira, los utilicen contra vosotros. Pero contadle vuestras faltas a Dios. A Él no debéis ocultarle nada».

Swami Kriyananda «El nuevo sendero»

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Cómo leer el carácter en los ojos

La historia de un individuo está impresa en su cerebro y se refleja en los ojos, que muestran el carácter, los hábitos y el alma de la persona. Ten cuidado de unos ojos inquietos, inseguros; de unos ojos crueles y de unos ojos astutos, sarcásticos, vengativos. Ten cuidado de los ojos que proyectan odio y falta de claridad. Si después de mirar a los ojos a una persona sientes un encogimiento automático, intuitivo, ponte en guardia respecto a ella.

Paramhansa Yogananda «El verdadero éxito en la vida»

El secreto de la felicidad es comprender que la amistad es más valiosa que las cosas, más valiosa que imponer nuestra voluntad, más valiosa que tener razón en situaciones en que no están en juego auténticos principios.

Swami Kriyananda «Secretos de la felicidad»

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Samadhi

Ensueños, vigilias, estados profundos de turiya, dormir,
presente, pasado, futuro, ya no existen para mí,
sino el Yo siempre presente, fluyendo, Yo, en todas partes.
Planetas, estrellas, polvo estelar, tierra,
erupciones volcánicas de los cataclismos del día del juicio final,
hornos que moldean la creación,
glaciares de silenciosos rayos X, torrentes de electrones en llamas,
pensamientos de todos los hombres, pasados, presentes, por venir,
cada brizna de hierba, yo mismo, la humanidad,
cada partícula del polvo universal,
ira, codicia, bien, mal, salvación, lujuria,
¡lo deglutí, lo transmuté todo
en el vasto océano de sangre de mi propio y único Ser!
El mortecino fuego del júbilo, con frecuencia avivado por la meditación,
que cegaba con su humo mis ojos llorosos,
estalló en llamas inmortales de éxtasis,
consumió mis lágrimas, mi cuerpo, mi todo.
Tú eres yo, yo soy Tú,
conocimiento, conocedor, conocido, ¡todo en Uno!
¡Tranquila, inalterable emoción, eternamente viva, paz siempre renovada!
¡Dicha más allá de toda imaginación, ¡samadhi glorioso!

Extracto del poema Samadhi (Paramhansa Yogananda «Autobiografía de un yogui»)

Cartas de Indrani

Queridas almas:

Hay un charco helado, muchos charcos helados serpenteando el camino. Un niño pequeño —tendrá unos dos años—, acompañado de su padre y su hermano algo mayor camina delante de mí, parece cansado; a sus cortas piernas les supone un esfuerzo seguir el paso de su hermano. Llega al charco. Y, ¡claro!, ¡sus fuerzas renacen!, levanta los pies para darse impulso y pisotea el charco con entusiasmo rompiendo el hielo en grandes trozos.

Quizá no haya una imagen más gráfica del invierno que los charcos helados a lo largo del camino. El hielo no se deshizo ni siquiera a mediodía y la escarcha congela las plantas de la cuneta. El frío se refleja en los trozos de hielo que flotan ahora en el charco.

Sin embargo, levantando la vista del camino y la cuneta, el verde cubre los campos, los trigales crecen, los colores rojizos y morados tiñen el matorral… la fuerza vital corre por las ramas y las hojas. Junto al hielo, el verdor y la vida.

El invierno parece estar en sintonía con las dificultades y los retos. Aunque nos cueste aceptarlos, sabemos que unas y otros serpentean nuestro camino para enseñarnos —parafraseando a un querido amigo, son nuestros maestros—, nos son «enviados». Sí, somos capaces de aceptar que se nos envían en nuestra ayuda. Pero cada vez más me pregunto hasta qué punto no los convocamos nosotros mismos. Cuando estamos dispuestos a perfeccionarnos, ¿no los llamamos, aunque podamos no ser conscientes de ello? Cuando en nuestro interior surge el anhelo de superación, ¿no los atraeremos magnéticamente?

Podrá parecernos imposible que nosotros mismos hayamos «pedido» los escollos. Cuando surgen en el camino nos desalientan; sentimos, como el niño, que nuestras pequeñas piernas no pueden dar los grandes pasos que exigen. Pero quizá sea así, quizá los pidamos, porque al superarlos, ¿no sentimos libertad? Y, a medida que vamos dejando atrás escollo tras escollo, la libertad aumenta, se intensifica, se expande.

Sigo caminando. Una variedad de vocecitas llaman desde las ramas en los árboles y arbustos que dibujan el camino. Los carboneros, los pinzones, los petirrojos cantan, saltan, revolotean del abedul al sauce, del sauce al chopo, del chopo al bonetero… La fuerza vital pulsa en la ribera.

Esta mañana, Nahia, que tiene cuatro años, me decía que el verano es invisible. Sí, ahora, en pleno invierno, no vemos el verano; pero, como Nahia sugiere, se debe solo a que se ha hecho invisible. Ser invisible quiere decir que está presente, aunque no pueda verse.

También en los momentos de mayor crudeza la fuerza vital, la belleza, la alegría, aunque puedan ser invisibles, están presentes. No han desaparecido, solo se ocultan a nuestra vista. Si observamos con atención, si escuchamos con atención, podemos sentirlas, como se manifiestan en un día del más crudo invierno en el verdor de los campos, los tonos rojizos de las ramas nuevas, las vocecitas armoniosas de los pequeños pájaros… Los días de plenitud, aunque puedan esconderse en algún momento, no desaparecen. Y desbordarán cuando comencemos a dejar la crudeza atrás.

Desde el verano siempre visible del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

La leyenda del arcoíris

Queridas almas:

Sin duda, observando un arcoíris, más de una vez os habrá venido a la mente la leyenda irlandesa según la cual al final del arco iris los leprechauns guardan un tesoro: una olla repleta de monedas de oro. Probablemente habréis imaginado el final del arcoíris, y quizá hayáis pensado que, claro, la olla está al final porque ese final jamás se alcanza.

Hace unos días regresaba de Santiago de Compostela. Salí de la ciudad lloviendo, y una lluvia intensa me acompañó durante kilómetros. Sin embargo, al acercarme a Lugo, la lluvia se convirtió en orballo, el cielo comenzó a abrirse, algunos rayos de sol iluminaron el paisaje verde, los carballos con sus plumas moradas. Al momento, un arcoíris se dibujó delante y por encima de mí. Brillaba en mitad del cielo con unos colores tan intensos que pensé que nunca había visto en un arcoíris un violeta tan nítido, tan fuerte. Poco después pude distinguir su doble, con sus colores mucho más débiles, extendiéndose junto a él. Como siempre, contemplar este espectáculo me llenó de alegría.

Al dejar la ciudad un ligero velo de morriña cubría mi corazón. El arcoíris descorrió completamente el velo y el corazón fue expandiéndose a medida que el arcoíris brillaba sin desvanecerse frente a mí, un poco más resplandeciente cada kilómetro que avanzaba. Lo contemplé como el más precioso regalo del Creador. ¿No es el arcoíris una de las manifestaciones más sorprendente y bellas de la Naturaleza? Me parecía un recordatorio de trascendencia en la Creación. El recordatorio de que existe una Inteligencia Cósmica, que se permite jugar con los elementos, combinar el agua y la luz, crear para nosotros una inmensa y sutil imagen de los colores con que está construida la Creación.

Deleitándome con este arco inmaterial decorando el cielo, pensé en el tesoro escondido al final de él. El mismo arcoíris era el tesoro, su mensaje de trascendencia era la olla de monedas; en realidad, excedía el valor de cualquier cantidad de monedas de oro que pudiera encontrarse.

Tengamos siempre presente que existe una Inteligencia Cósmica —capaz, por ejemplo, de crear el arcoíris— y la alegría, la dicha, no nos abandonarán jamás. Ese fue mi propósito mientras sonreía, me reía, conduciendo acompañada por el arcoíris.

Al cabo de un tiempo el arcoíris empezó a desdibujarse, lo vi desvanecerse por el extremo más próximo a mí. Y no sé si alguna vez lo habéis contemplado, ni sé si me creeréis, pero vi su final; terminaba justo al borde de la carretera, evaporándose al contacto con el suelo. Y este final aumentó mi alegría, porque había descubierto la olla de monedas de oro.

Desde el alma y la Creación,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

Una corriente de calma

Queridas almas:

La mañana parece creada por un pintor de veladuras. El azul del cielo se presenta velado por delgadas capas de nubes blanquecinas, el verde de los prados está velado por una fina capa de escarcha. La agitación de la vida humana está velada por la luz suave y el silencio de los campos. Desde la ventana, al fondo, las formas de un rebaño de vacas brillan un instante cuando el sol se cuela entre el velo de nubes, y una vaca se desplaza lentamente por el borde de la escena, aunque solo veo su movimiento lento, adivino sus pasos silenciosos apagados por la hierba.

Este comienzo de mañana de invierno, en el que ningún color llama la atención de nuestra vista, ningún sonido alerta a nuestro oído, en que el único movimiento es el pausado caminar de ese cuerpo grande a lo lejos, está impregnado de calma. Los sentidos externos solo reciben estímulos velados y ese sentimiento de tranquilidad que inunda la escena desde la ventana se transmite a nuestro ser.

Cuando podemos detenernos así en una escena de calma, al mismo tiempo que los sentidos están en reposo parece abrirse un sentido interior. Todo se ve como si miráramos a través de una lupa que pudiera penetrar en los objetos y nos mostrara su última realidad, la que subyace a las formas externas. Parece como si pudiéramos ver la paz inmutable que sustenta el mundo en movimiento.

Bajo la tranquila escena matinal se siente una corriente de vida ajena al ajetreo del «mercado humano», como lo llama Paramhansa Yogananda. Esta corriente está siempre presente, pero normalmente aparece cubierta por las transacciones de la vida exterior, por el «toma y daca» cotidiano, que nos envuelve, nos ofusca, nos ciega. Pero, ¡es tan balsámico salir de ese mercado y tratar de ver lo que discurre bajo su agitación y sus turbulencias!

Una corriente de vida siempre luminosa fluye bajo la superficie claro-oscura del mundo exterior. Cuando entramos en ella podemos percibir un mundo de paz, un mundo de calma. Y si nos adentramos en esos sentimientos podemos descubrir que, incluso bajo esta corriente, existe otra realidad. Es también una realidad de paz y calma, pero en la que todo movimiento —hasta el más pausado— cesa. Es la realidad de la paz, la calma, la luz sin movimiento, sin agitación. Es la realidad de la Conciencia Absoluta.

Queridas almas, os deseo que os fundáis en esa Conciencia.

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

Shakti

Queridas almas:

Estamos tocando el momento del año de mínima luz, en el Hemisferio Norte. A orillas del Torío, a las 5 de la tarde el sol roza ya el horizonte. En una tarde nublada como la de ayer, a esa hora la Naturaleza está inmersa en el letargo. La vida se ha retirado. La vegetación a los lados del camino, el cielo, el río se unen en una masa parda grisácea opaca.

Por fortuna tenemos la memoria. Hemos pasado una y otra vez por esta experiencia y sabemos que hoy la vida se oculta a nuestros ojos, pero no desaparece. La parálisis y la falta de color de hoy son las premisas a partir de las cuales se desenvolverá la fecundidad. La vitalidad y el movimiento que colmarán la ribera en Junio solo pueden surgir de esta detención.

Y nuestras vidas siguen esta misma ley que vemos actuar en la Naturaleza.

Os he hablado del libro: Swami Kriyananda portador de Luz. ¡Hay tantas cosas en ese libro que me han emocionado, sacudido, despertado…! Una de las más sorprendentes fue descubrir cómo percibe Swami Kriyananda la ley del karma —la ley de causa y efecto que hoy vemos actuar en la Naturaleza—; cómo percibe la acción de Shakti, la energía cósmica creativa. A lo largo de su vida, Swami Kriyananda se vio sometido a grandes pruebas, muchas de ellas, quizá las más duras, relacionadas con la difamación. Él las aceptó comprendiendo que toda falsedad propagada contra él le daba Shakti, porque la negatividad que se ponía en marcha con tales actos solo podía ser respondida por la ley natural en forma de energía positiva. Comprendía que cada vez que un juicio falso se levantaba contra él o contra Ananda —la organización que fundó— Ananda y él recibían poder espiritual; porque la verdad tenía que salir a la luz.

Si hoy la energía vital parece retirarse de la Naturaleza es solo para regresar en primavera con nuevo ímpetu. Recuérdalo cuando pases por momentos en que la luz se debilita en la vida. Si tienes que verte sometido a juicios falsos, recuerda que toda mentira que se diga sobre ti te da Shakti. Todo movimiento de energía hacia la oscuridad tiene que verse compensado por una energía de la misma intensidad hacia la luz. Acepta entonces con alegría las críticas infundadas, las falsedades, incluso la persecución, porque todo ello pondrá en movimiento en el Universo la energía que lo compense. En el Cosmos habrá una reacción que equilibre la energía que se ha dirigido hacia ti, enviándote la energía más luminosa y feliz; enviándote poder espiritual. Recuérdalo.

Desde la Shakti del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

Cartas de Indrani

Queridas almas:

El río Torío corre ágilmente hacia su desembocadura. El día estuvo templado, en la montaña se habrá fundido algo de nieve, el cauce está lleno casi hasta el borde y el agua pasa rápida, sin detenerse. Al final de la tarde el sol dora los troncos y las ramas de los árboles y los arbustos deshojados. Mirando hacia el Norte, el paisaje rebosa tranquilidad. En primer plano los trigales que empiezan a apuntar verdes brillantes; después el dorado en los setos y en el bosque de ribera, en las choperas, donde el dorado va tornasolando a rojo; al fondo la montaña, los picos recortados por la nieve blanca.

Si se mira hacia arriba, el cielo es de un puro azul y la luna creciente aparece como una semiesfera algodonosa en el cielo todavía iluminado por el sol. Sobre la tierra, que recibe ahora los rayos del sol casi paralelos al suelo, cruzan algunas aves oscuras; su alto vuelo, su silencio recalcan la serenidad de la tarde.

Todo está en calma. En los campos, en el cielo, en el río que pasa, se percibe un orden tranquilo. Todo parece ocupar su lugar, desplazarse o permanecer inmóvil según un plan sencillo, donde todo se engrana.

¿Cuál es la posición del ser humano dentro de este orden? Parece como si dentro de una creación en calma, el ser humano ocupara un plano donde rige la agitación. La mente y el corazón humanos difícilmente encuentran la calma. A la mente parecen gustarle especialmente las junglas, los laberintos, las complicaciones.

Hace unos días estaba con una querida amiga planeando la decoración de nuestro templo para Navidad. ¿Qué día podría ser? La tarde del jueves quizá fuera el momento más adecuado; pero primero había clase de yoga, el templo estaría ocupado, y después se reunía el grupo de meditación; un poco difícil encontrar espacio para decorar. Entonces ella dijo tranquilamente: «¿Por qué no lo decoramos todos juntos a la hora de la meditación?». ¡Claro! Era la solución, no solo lógica, sino la más sencilla. Pero yo estaba dando vueltas alrededor de ella enrevesándome con las horas, los días, las guirnaldas navideñas.

Unos días antes, con otra querida amiga, trabajábamos en un curso sobre yoga. Se trataba de ver qué recursos poníamos en la página web a disposición de los estudiantes del curso. Yo estaba pensando en trabajar sobre cierta información que teníamos, que era bastante, y dividirla en secciones para que los estudiantes fueran a través de ella paso a paso. Mi amiga me dijo: «¡Háztelo fácil!».

Háztelo fácil. Esa simple frase cambió totalmente mi planteamiento con respecto al curso. Pero también me hizo pensar qué repercusión podría tener a nivel más amplio.

A veces creemos que debemos soportar más peso del que nos corresponde, y nos cargamos en exceso. A veces nos adentramos en espacios intrincados que no tienen salida. A veces la mente y el corazón se internan en laberintos que terminan confundiéndolas, o se enredan en toda clase de redes imaginarias que las agotan.

Tratando de sentir las implicaciones de «Háztelo fácil», comprendí que, en última instancia, hacérnoslo fácil significa seguir el único camino que merece la pena seguir. Como dice Paramhansa Yogananda, significa encontrar y seguir el único camino verdadero, sin desviaciones ni retrasos innecesarios. El camino de nuestra columna, el camino de la intuición que conduce a la Auto-Realización del Ser.

Háztelo fácil. Deja a un lado las sendas intrincadas de tu mente y tu corazón; no pierdas el tiempo ni la paz interior caminando por ellas. Pon toda tu energía en seguir el camino que conduce a los cielos de la libertad.

Desde la facilidad del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

Un orden superior

Queridas almas:

Es una noche ventosa. El viento recorre rápido la noche, barre la atmósfera, y una titilante noche estrellada cubre la bóveda del cielo. La Osa mayor brilla justo frente a mí; sus resplandecientes estrellas, la larga cola, la calculada disposición de sus vértices, elevan inmediatamente la conciencia. La matemática distribución de todas las constelaciones, de todos los cuerpos celestes; su posición precisa en el esquema del firmamento; su brillo, que llega hasta nosotros desde distancias casi inabarcables ni siquiera con la imaginación; la belleza de la noche cuajada de puntos de luz, inmediatamente nos llevan al sentimiento de un orden supremo. El orden cósmico hace que titile también en nuestro corazón el sentimiento de un orden superior incluso al orden da las estrellas en el cielo; hace que titile el sentimiento de una conciencia que ha dispuesto este orden: una Conciencia Cósmica.

Esa matemática disposición de los cuerpos en el firmamento evidencia una conciencia suprema. Su acción incluye a nuestro planeta. Nuestro planeta, nosotros, seres humanos, formamos también parte de esa precisa bóveda celeste. Por eso su ley matemática resuena en nosotros.

Deleitándome en este cielo estrellado, la precisión de su belleza me parece una señal, y una guía. La señal de que la Conciencia Cósmica late en cada partícula de la Creación y una guía para seguir su dirección en la vida.

Durante siglos, la estrella polar marcó el rumbo en las travesías nocturnas por mar. Una estrella que señalaba invariablemente el Norte. Un astro con una posición matemáticamente precisa, inamovible. Hoy, el brillante firmamento nocturno marca también para mí el Norte. Nuestra vida en esta Tierra puede verse sacudida por tormentas, ventiscas, terremotos; los remolinos de las emociones, las tensiones, las pruebas, pueden tironear de nosotros o confundirnos o envolvernos. Pero todo zarandeo, presión, confusión se acalla cuando miras el cielo estrellado. Frente al orden, el brillo, la belleza supremas, las agitaciones de la existencia desaparecen. Es decir, aquellas situaciones que quizá nos perturbaban se empequeñecen hasta anularse frente a una consideración superior. Entonces, ¿por qué no elevar nuestro enfoque en la vida?

En medio de las tormentas de la vida, o simplemente de sus turbulencias, cierra un instante los ojos y observa la bóveda celeste titilando cuajada de estrellas frente a ti. Siente su disposición matemática, la precisión del lugar de cada astro en el firmamento, la Conciencia que brilla en su resplandor. Ese cielo está señalándote que existe una Conciencia suprema y está guiándote para que, en tu vida, dirijas tus pasos únicamente hacia ella.

Desde el firmamento del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

Cartas de Indrani

Queridas almas:

Estamos —aquí, en el Hemisferio Norte— en el último tramo del otoño antes de disolverse en el invierno. La vegetación ha dejado caer su exuberancia, sus bellos atuendos veraniegos, sus dorados otoñales, y se muestra en esqueleto. La vida ha abandonado la variedad de ropajes multicolores con que se revistió desde la primavera. Ahora viste el parco hábito pardo de la austeridad. La energía vital, desplegada con tanto entusiasmo durante meses, decide retirarse.

Quizá hayáis experimentado, tras una época de intensa utilización de la energía, cómo, de pronto, esta parece apartarse de los proyectos que nos han tenido tan atareados. En un instante, después de una explosión continua, la energía se retira y deja a un lado cuanto nos ocupaba tan absortamente. A nuestro alrededor, y dentro de nosotros, se hace el reposo. Entramos en un espacio amplio, de calma, desde donde todo se observa en la distancia.

Es un estado similar al que se experimenta a veces tras un profundo dolor; por ejemplo tras la pérdida de un ser querido. Hay un momento en que, casi de improviso, el dolor da paso al silencio y la paz, y el mundo exterior deja de tener peso. Entonces todo movimiento cesa, desaparecen los estímulos, todo pasa a carecer de importancia.  Es un estado similar también al que se alcanza con la meditación, cuando el espacio parece abrirse, ensancharse, y todo se aleja; quizá podría calificarse como la entrada en el «vacío».

¿Queréis creer que mientras escribía sobre ese «espacio de ingravidez» ha comenzado a nevar, también ingrávidamente? No he podido evitar que la nieve me haya atraído a la ventana. Viendo la nieve desprenderse, la sensación de quietud y distanciamiento se ha teñido de alegría. Me he sentido sonriendo feliz. Y me he dado cuenta de que el desprenderse y la quietud son estados de preparación.

Ahora ha dejado de nevar, el sol se difunde en un cielo grisáceo, por momentos azul; se refleja esplendoroso sobre la nieve. La alegría que siguió al reposo se transforma en dicha. La luz es tan intensa que me obliga a entrecerrar los ojos para disfrutar del paisaje blanco, brillante y, al hacerlo, de nuevo es como si observara las ramas de los árboles cargadas de algodón, la capa purísima del césped, desde el interior, de nuevo con distanciamiento. El paisaje radiante, inmaculado y silencioso, la quietud, conducen a la Dicha. Dicha intensa, intensa Luz.

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

Cartas de Indrani

Queridas almas:

Al adentrarse el otoño, la luz del sol nos llega tan debilitada que podría pensarse que la radiante luz de la primavera, la luz intensa del verano, se apagan. Podría pensarse que la Naturaleza se apaga. Los verdes, los rojos, los rosas y los blancos; los cantos ininterrumpidos de los pajarillos; el movimiento en los cultivos; los paseantes del camino languidecen. El reposo va imponiéndose. Nos acercamos al cénit de la quietud. Podría pensarse que nos acercamos al retirarse completo de la vida.

Los cultivos se han arado, y los campos aparecen ahora como extensiones de tierra negra bordeada de árboles y arbustos deshojados. No obstante, en la chopera, en lo más alto de las copas, todavía persisten algunas hojas amarillas. Se levanta brisa y, al sol ya denso de la tarde, las hojas titilan de luz dorada y de un repiqueteo seco, pero cantarín, y llenan de dicha el corazón.

Me detengo a disfrutar del sol dorado y la llamada entusiasta de las hojas. Se diría que este es su objetivo, compartir alegres la belleza de este final de la tarde de otoño, ¿de este final de la vida en la ribera? En un primer momento podría creer que sí, que contemplo el final de la vida en la ribera; la vida que nos abandona hasta la primavera próxima; pero, al detenerme, me doy cuenta de que, en lo que fue durante la última primavera un brillante trigal que engrosó y maduró durante el verano, el suelo negro está cubierto de puntas de hojas verdes. La vegetación comienza a asomar en el campo recién arado. Las hojitas puntiagudas y llenas de energía afloran cuando el campo apenas quedó barrido de vida y el paisaje se desnuda.

La vida en las orillas del Torío no se apaga. Todo continúa, los ciclos de la Naturaleza siguen; nada se para. No, nada se ha parado. Los pajarillos, aunque han disminuido en número, se lanzan veloces desde las ramas secas o suben a ellas ágilmente desde el suelo; sus cantos agudos recorren el paisaje. El cauce del río comienza a llenarse; el agua pasa rápida, más rápida que en las últimas semanas. Nada se detiene. En la Naturaleza no hay un principio y un fin; los ciclos se enlazan, la sucesión es continua.

También nuestra vida es un continuo. No hay un comenzar y un terminarse. Hay evolución. Pasamos de un ciclo a otro y podríamos pensar que llega un momento en que la vida se apaga. No, nunca se apaga. Los ciclos se enlazan. Aunque desde nuestra posición en el mundo podamos perder de vista el sentido cíclico, la sucesión no se rompe; cada ciclo se une al siguiente en un gran ciclo único que nos acerca a la perfección; es un continuo de perfeccionamiento hasta alcanzar la dicha siempre nueva.

Desde el continuo del alma,

Indrani

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»

Cartas de Indrani

Queridas almas:

Cuando el día da luz al paisaje, aparece un mundo de cristal, extraordinariamente puro en su ligero azulado. Al cabo de un tiempo, los primeros rayos del sol rebasan la colina y el cristal se dora; ahora el mundo es un cristal dorado, adornado de hojas y ramas. Al atardecer, un abedul que se inclina hacia el río recoge los rayos del sol en su viaje hacia el ocaso, sus hojas de luz anaranjada resplandecen sobre el agua brillante. ¿Quién ha diseñado este mundo de luces frías y cálidas, cristalinas y naranjas?

La cordillera está blanca, las primeras nevadas del año acrecientan su blancura, su firmeza, su fuerza. Al elevar la vista hacia ella el mundo se ensancha. Ya no es solo el fragmento de paisaje que se abarca desde la posición en el suelo. Se agranda para incluir un espacio mucho más vasto, mundos seguramente algo distintos, pero gobernados por las mismas combinaciones de luz.

Imaginemos que nos elevamos por encima de la cordillera, por encima de todas las cordilleras, y observamos la Tierra desde el espacio. La belleza y la grandeza de esta esfera azul sostenida en el aire, flotando en la «nada», nos haría sentir todavía más intensamente la vastedad. La misma luz que percibimos desde el suelo la ilumina.

Si continuamos alejándonos y alejándonos del suelo que pisan nuestros pies, no solo nos embargará la vastedad del espacio, también su disposición, su equilibrio, su movimiento perfecto y su perfecta cadencia. ¿Quién diseñó las leyes que mantienen este universo? ¿Quién conoce la Física y el Cálculo matemático hasta tal punto que pudo darle estructura? ¿Quién creó estos incontables puntos de luz?

Continuamos ascendiendo y observamos el espacio desde fuera. El asombroso diseño del universo, la asombrosa puesta en escena de las leyes físicas y matemáticas se aleja. La visión se ensancha, se expande hasta contemplar el Infinito. El asombro se convierte en Dicha, la cadencia en Eternidad. ¿Quién posee la capaz de crear el Infinito, la Dicha, la Eternidad? Para contemplar el Infinito imaginamos una luz.

Esa luz es la misma luz que nos permite idear el espacio, la Tierra, la cordillera, el cristal de la tarde y el cristal del amanecer. Y esa luz nos permite ir de unos a otros; hacer siempre que lo deseemos este viaje, ida y vuelta. Y esa luz nos posibilita vivir nuestra existencia en la Luz.

Desde la Luz del alma,

Indrani

Imagen de Abdullah Shakoor en Pixabay

«CARTAS DESDE EL CAMINO. PASOS DE UNA DISCÍPULA DE YOGANANDA»